Vincent van Gogh, un otaku del siglo XIX

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La apertura de Japón al mundo a mediados del siglo XIX no solo supuso la modernización de Japón, sino un intercambio cultural entre los países occidentales y Japón, quien había estado aislado del mundo desde mediados del siglo XVII. En Europa, el comercio con Extremo Oriente se incentivó, llegando multitud de estampas, mobiliario y pinturas de todo tipo. La llegada de la cultura japonesa supuso la admiración y la inspiración de muchos artistas.

Van Gogh, por su parte, tuvo contacto con gran cantidad de grabados del estilo ukiyo-e, ya que llegó a comprar hasta 600 grabados, los que le proporcionaron una gran fuente de inspiración. Leyó descripciones de Japón y estudió cuidadosamente las obras japonesas. El artista estaba seducido por una cultura que conocía a través de otros y de las conversaciones con otros artistas influenciados por el japonismo.

Puente en la lluvia (a partir de Hiroshige) (1887)


Con el paso del tiempo, asimiló ciertas características estilísticas en su propia obra, por lo que adaptó e incorporó el estilo japonés al suyo. Copiaba imágenes de impresiones japonesas, añadiendo su propia interpretación y mayor colorido. Los colores brillantes de las estampas japonesas fueron una de las cosas que más impresionó e influyó en Van Gogh, por lo que su pintura adquirió colores más brillantes e incluyó patrones decorativos.

Cortesana (a partir de Eisen) (1887)


Van Gogh nunca pisó suelo nipón, por lo que trazó un ideal de Japón como una utopía ajena a la modernidad, un símbolo de la pureza y la relación con el mundo natural. De este modo, admiraba a los artistas japoneses por la forma en que vivían en armonía con la naturaleza y el enfoque completo en sus trabajos.



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