Japón no comenzó a tener consciencia de tener una religión propia (el
sintoísmo) hasta que se produjo el contraste de ideas con el budismo
chino. Así que, a diferencia de otras culturas y sociedades que desde un
principio basaron toda su existencia en la creencia de unas divinidades
mayores, el país nipón no parece haberse preocupado más que de
justificar la presencia del emperador. Es indudable afirmar que Japón es
un claro ejemplo del concepto de “sincretismo religioso”: un mismo
individuo puede basar su filosofía en el confucianismo, su doctrina en
el sintoísmo y, finalmente, su visión de la vida y la muerte en el
budismo.
Los años 90 en Japón produjeron grandes cambios, no sólo
en la economía y la sociedad, sino en la mentalidad de las personas. La
Segunda Guerra Mundial había quedado atrás y abundaba el dinero y las
riquezas, y pronto los japoneses perdieron de vista lo que su historia
les había enseñado no hacía ni medio siglo. Fue también el que Japón se
convirtiera en un país oficialmente laico lo que impulsó a muchas
organizaciones a convertirse en “nuevas religiones”, en muchas ocasiones
denominadas despectivamente “sectas”. Éstas suelen combinar muchos
aspectos del sintoísmo y del budismo, y un gran número incluye también
las doctrinas cristiano-católicas. ¿Por qué se unían los japoneses a
dichas “sectas”?
Una de las más conocidas y polémicas es, sin duda alguna, Aum Shinrikyo, fundada por Asahara Shoko (nombre real: Matsumoto Chizuo) en 1984. Esta organización comenzó como un club de yoga donde se enseñaba la filosofía del gurú a cambio de una cantidad alta (si la organización pasaba por un momento económico próspero, la inscripción podía incluso superar el millón de yenes). Según varias entrevistas realizadas por Murakami Haruki a miembros o exmiembros de Aum, Matsumoto tenía un “aire” especial, una energía espiritual absorbente e imposible de ignorar. Cuando les preguntaban el por qué de su atracción, muchos admitían sentirse desasociados con respecto a la comunidad nipona. Aum, decían, les ofrecía vivir una utopía.
Una de las más conocidas y polémicas es, sin duda alguna, Aum Shinrikyo, fundada por Asahara Shoko (nombre real: Matsumoto Chizuo) en 1984. Esta organización comenzó como un club de yoga donde se enseñaba la filosofía del gurú a cambio de una cantidad alta (si la organización pasaba por un momento económico próspero, la inscripción podía incluso superar el millón de yenes). Según varias entrevistas realizadas por Murakami Haruki a miembros o exmiembros de Aum, Matsumoto tenía un “aire” especial, una energía espiritual absorbente e imposible de ignorar. Cuando les preguntaban el por qué de su atracción, muchos admitían sentirse desasociados con respecto a la comunidad nipona. Aum, decían, les ofrecía vivir una utopía.
Pero no todas las sectas están ligadas al terrorismo. Otra de las religiones más conocidas es Soka Gakkai, que basa sus enseñanzas en el budismo Nichiren y en el Sutra del Loto. Su objetivo es la reforma individual (llamada también “revolución humana”) para así lograr la paz y la felicidad eterna e indiscriminada además de la mejora a nivel personal. Pacífica hasta la médula, Soka Gakkai incluso apoya a la ONU y tiene varias oficinas de enlace y colaboran para ayudar tanto a nivel nacional como internacional.
Es por ese motivo por lo que no se puede tachar a todas las nuevas religiones de asociaciones terroristas y malignas, ni a todas de buenas y salvadoras. ¿A qué se debe este “boom” de religiones en los 90? Probablemente la sociedad creció a un ritmo demasiado rápido, tanto que sus propios habitantes se sentían perdidos después de tantos cambios en el siglo XX (entre ellos, las dos guerras mundiales).
(Artículo por Sachiko Ishikawa)
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